LA SUPERFICIE Y EL FONDO.El humanismo de Maritain y Pablo VI (II)

«El conocimiento histórico es precisamente uno de los caminos más indicados para llegar al conocimiento de la realidad espiritual.» (Nicolás Berdiaeff)
La afición personal de Pablo VI hacia el pensamiento de Maritain se destaca en la Constitución Pastoral GAUDIUM ET SPES (Concilio Vaticano II) de la que dicho Papa afirmó se inspiraba en las tesis maritenianas, entre ellas la necesaria renuncia a la confesionalidad de los Estados. El mismo Pablo VI invitó a Roma a Maritain para entregarle en mano, en acto público y solemne, una edición especial a él dedicada. Esta oficiosa elevación del filósofo francés a “Doctor” de la Iglesia marcaba un hito en nuestra historia con cambios revolucionarios de los que todavía no nos hemos repuesto. Subrayemos que revolucionario significa lo que ustedes ya saben: que lo que está arriba pasa a estar abajo, o viceversa. «Cambio en el estado y gobierno de las cosas», dice la Real Academia. Así, revolucionario fue que desde un árbol el hombre criatura se tragó el engaño de igualarse a Dios. Creo que ahí radica el origen de los desastres del Humanismo y no, como dicen, en que Maritain nos ofreciera un guión actualizador de los dogmas. La filosofía de la Iglesia no puede tener más “ismo” que el sufijo que marca el seguimiento de Cristo. Quizás este desliz explica los cambios pastorales, litúrgicos y, en la práctica, dogmáticos impulsados en su pontificado.
Las tesis del Humanismo Integral nos llevan a la igualdad de toda clase de creencias e increencias, en cuyo caos plural la Iglesia ejercitará su influencia, aunque sin imponer su fe ni pedir ser reconocida como única religión verdadera. Lo ambicioso y confuso del proyecto, que se cae por sí solo, no debe escondernos que lo más arrogante de Maritain, y de Pablo VI, es pretenderse defensores de la dignidad de la persona humana con olvido de la defensa tradicional que de nuestra dignidad hizo siempre la Iglesia. Quién negará que la defensa de la dignidad de la persona humana sea el mérito supremo del cristianismo. Cualquiera puede seguir su trayectoria desde Pío XII, los doctores de Trento, los santos misioneros, los Padres y pontífices hasta los Varones Apostólicos, los Apóstoles y Pentecostés. El examen de los resultados no evidencia que Maritain pretendiera defender la dignidad de la persona humana sino, por el contrario, que por sus hábiles silogismos nos separaba de esa dignidad cuya única fuente es la adhesión al Creador por medio de Jesucristo. El nuevo apóstol revolucionario nos habló de una “Nueva Cristiandad” —o “Nueva Democracia”, o “Humanismo Integral”— que, partiendo de que los católicos abandonemos nuestro Credo —Cristo es Dios—, facilite una alianza de religiones igualadas hacia abajo, en la tosquedad. Y dado que tal proyecto deberá levantarse «sobre una única fe básica, o común, válida para materialistas, idealistas, agnósticos, cristianos, judíos, musulmanes y budistas» los que no admitan este programa «se excluirán de la nueva sociedad de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad universales». La nueva dignidad de la criatura humana se alzará sobre cualquier otro orden y todos los hombres, incluso, acompañados de los orangutanes en premio a soportar nuestra gloriosa evolución, ocuparán lugar principalísimo en la filosofía y la teología nuevas.
Lo que anunciaba Pablo VI de sí mismo.- Recomiendo repasar las declaraciones, alocuciones, gestos y símbolos con que Monseñor Montini, o Pablo VI, nos ilustraba la dimensión casi apóstata de estos postulados. Su producción fue tan copiosa, ya desde su época de Arzobispo de Milán, que una muestra representativa se hace muy difícil por el necesario descarte de otras igualmente curiosas. En razón del espacio me limitaré a las más breves.
Debemos empezar por aquellas acciones con las que Montini - Pablo VI se previene de la reacción a sus nuevos postulados. Así, ya Papa, nos exigía el 29 de junio de 1970: «Todos los hombres deben obedecer al Papa en todo lo que ordene si se quiere estar asociado a la nueva economía del Espíritu.»¿La nueva economía…? Parece que el programa de Pablo VI requiere un papismo extremo. Así, ese mismo año, el 4 septiembre, ofrecía a La Croix esta declaración: «Es necesario dar la bienvenida (…) a lo innovador; hay que romper con los esquemas habituales que utilizábamos para designar las invariables tradiciones de la Iglesia.» Otra muy señalada en aquellos días fue: «¿Por qué nuestros tiempos no han de tener una Epifanía que corresponda a su espíritu [el espíritu de los tiempos], a sus desarrollos? La maravillosa evolución científica de nuestros días, ¿puede acaso no ser la estrella, el signo que empuje a la “moderna humanidad” hacia una nueva búsqueda de Dios, hacia un nuevo descubrir de Cristo?» (“Il Papa della Epifania”, Milán, 1956). «El orden a que tiende la Cristiandad no es estático sino que está en continua evolución hacia una forma superior…» «Si el mundo cambia, ¿no debería igualmente cambiar la religión?» (“Reflexiones sobre Dios y el Hombre”) «El hombre moderno, ¿no podrá descubrir como resultado del progreso las leyes y realidades ocultas en el rostro mudo de la materia y oír la voz del espíritu que vibra en ella?» Puede que Mons. Montini estuviera ensayando una nueva catequesis sobre la Eucaristía, pero no lo parece puesto que siguió preguntándose: «¿No será ésta la religión de nuestro tiempo? El mismo Einstein [¿Una novedosa referencia teológica?] atisbó esta religión universal de generación espontánea.» [En este supuesto no se sabe dónde queda Cristo ni si existió realmente la Revelación] «¿No es tal vez ésta, hoy, mi propia religión?» (Conferencia dada en Turín, 27 de marzo 1960). El Arzobispo de Milán llegó a declarar esta perla de contradicción con sus imposiciones, ya Papa, de obediencia a ultranza: «…las exigencias de la Caridad con frecuencia nos obligan a salirnos de nuestras ataduras a lo ortodoxo.» «A veces hemos de luchar por la Iglesia en contra de ella.» Antes de estas manifestaciones ya dictaba su enseñanza con estas otras: «No debemos olvidar que la actitud fundamental de los Católicos que desean convertir al Mundo tiene que ser, ante todo, amarlo, amar nuestros tiempos, amar nuestra civilización [atea, agnóstica, no católica], nuestros logros técnicos [casualmente sólo posibles en el matraz del Occidente cristiano] y, sobre todo, amar al mundo.» (“La Biología y el Porvenir del Hombre”, 1960). Inaudito sobremanera fue su discurso ante la ONU: «Estamos persuadidos de que sois los intérpretes de todo aquello que tiene de supremo la sabiduría del hombre. Al menos, queremos decir, de su carácter sagrado.» (Las naciones Unidas representan) «lo que la Humanidad viene soñando en el vagar de su historia. Nos atreveríamos a llamarlo la mayor esperanza del mundo (…) algo que del Cielo bajó a la Tierra.» (Nueva York, 1965) Evidentemente, estas palabras entresacadas de un discurso de extrema adulación al mundialismo de la ONU dejan a la Iglesia en un nivel secundario; no obstante, fueron dichas por el Vicario de Aquél que sí es, de verdad, la esperanza de todos los hombres que pueblan la Tierra.
Lo más extravagante, algo que jamás se le ocurriría ni a un vendedor de aspiradoras en relación con su marca de empresa, fue romper con las tradiciones más significativas de su representación. Así fue el desprenderse de la Silla Gestatoria que simbolizaba su adhesión a la enseñanza cerrada por los Apóstoles desde la cátedra de Pedro. Coincidiendo con la entrega de la economía vaticana a manos de una pandilla de mafiosos y masones que la llevaron a la bancarrota, gastó una fortuna en una de las más feas salas de audiencias que ha conocido la Roma de Miguel Ángel. Igualmente, vender su triple corona, la Tiara, que desde los tiempos más remotos simbolizó la supremacía del representante de Dios sobre Príncipes y Reyes. El dinero de la venta lo repartió a los pobres en acto público. A cambio se coronó con una especie de mitra diseñada por él mismo y no en San Pedro, probablemente por prurito ritual, sino fuera del recinto sagrado. Pero todo esto fue nada cuando decidió simbolizar el traspaso de su poder espiritual a la ONU dándole a. U Thant, entonces su Secretario General, el “Báculo Pastoral” y el Anillo del Pescador… que al poco aparecieron en El Líbano comprados por un hombre de negocios judío.
Hay que preguntarse si existe un derecho para estas barbaridades. Porque por su propia indefectibilidad la Iglesia es irreformable y nadie puede despreciar símbolos que son parte de su identidad. Los obispos podrán decidir sobre aspectos aún no definidos de la Revelación de los tiempos apostólicos; podrán dictar normas sobre cosas secundarias, si favorecen el mejor conocimiento de la Buena Nueva, pero de la esencia misma del mensaje no pueden cambiar nada, simplemente porque la Iglesia no es "suya". No es patrimonio de una generación de católicos aislados en la corriente de la Historia ni mucho menos de aquellos que viven y hasta se enriquecen por el deber de servirla. Los obispos y el Papa no son dueños de la Iglesia sino sus más obligados servidores, los más responsables, los más comprometidos. Si ocupan la “Cathedra” de Pedro es para ser leales a sus enseñanzas, que eso es lo que les convierte en sucesores; no para servirse de su asiento en aventuras contrarias al punto central de lo enseñado: La redención del Pecado de nuestros primeros padres por la muerte de Cristo. Generaciones inmedibles defendieron este principio aun sin saberlo, de una manera intuitiva, pero cierta, porque se apoyaban en la Tradición, en lo que sus padres habían creído. Este depósito sagrado lo reciben los papas para defenderlo de corrupciones; en definitiva, para protegerlo del poder del demonio que «como león rugiente» siempre busca a quienes embaucar, hombres desgraciados, casi siempre vanidosos, que le obedezcan en sus afanes por destruir la Iglesia. ¡Qué ilusión ser el gozne que cierra una era y abre otra nueva! No importa el qué, que lo hecho quedará en la Historia y ya nada ni nadie borrará mi nombre. Pablo VI pasó por la Fe como elefante por una cacharrería y la dejó al nivel de la superstición y del animismo; y a los fieles sin catequesis o con otra diferente permitida en paralelo sobre sus documentos; a la Iglesia sin piedad ni culto, igual que las sectas donde nadie piensa… La antítesis del Evangelio que nos empuja a pensar: “El que tenga ojos que vea…” Es el Nuevo Orden por el que todo girará en derredor de nuestra sublime naturaleza, frontalmente apuesto a lo que la Iglesia enseñó a los “inmaduros” cristianos de antaño, esto es, que la persona humana obtiene su máxima dignidad al buscar, conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto, salvar el alma y alcanzar la vida eterna. (San Ignacio). No nos habíamos dado cuenta de lo retrógrados que éramos hasta que nos abrieron los ojos Teilhard y Juan XXIII, Maritain y Pablo VI, su discípulo; y nos los abrieron con los mismas luces de Luzbel, el Ángel Caído, en su charla con Eva. Con todo, los católicos sabemos que somos únicos por la fe en el Dios Trino; una cualidad, esta de la Fe, que no es física ni intelectual sino sobrenatural, insuflada de su boca en el barro que fuimos. Un don del cielo. Es por esa energía sobrenatural que sentimos a Dios y, en su compañía, descubrimos las bellezas y grandezas del ser humano y de la Creación entera. Esto es la enseñanza de siempre. Por eso prefiero, antes que a Maritain y, en atrevida contestación, que a Pablo VI, volver hacia San Juan mis esperanzas de hombre: «En el principio era el Verbo (Jesucristo), y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.» «[…] a todos los que le reciben, a los que creen en su nombre, les dio poder de hacerse hijos de Dios; los cuales no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios nacieron…» (Jn 1, 1 ss)
Este impresionante principio del Evangelio de San Juan se leía en todas las misas del antiguo rito, hasta que el Misal de Pablo VI lo suprimió. A propósito, en próximos trabajos hablaremos de cómo la doctrina humanista, mundialista, hizo inevitable cambiar el culto católico. Si no se aburren,
Pedro Rizo
Etiquetas: Debates
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