UN ACTO DE JUSTICIA Y UN CLARO MENSAJE

En su mensaje al Coro de la Sixtina, luego del concierto celebrado el 20 de diciembre pasado, el Papa Benedicto XVI dirigió unas breves pero contundentes palabras. Ante la proximidad de la fiesta de Navidad el Papa les dijo que “...la noche en que nació el Salvador los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento de Cristo con las palabras “Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus”. Se cree, según la tradición, que los ángeles no hablaron como lo hacen los seres humanos, sino que cantaron y que el suyo fuera un canto de belleza celeste que revelaba la belleza del cielo...En realidad la alabanza a Dios requiere el canto (...) por eso, vuestra aportación es esencial para la liturgia: no es un adorno marginal. La liturgia en sí misma exige esta belleza, exige el canto para alabar a Dios y para alegrar a los que participan en ella”. Finalmente concluyó afirmando que “La liturgia del Papa, la liturgia en San Pedro, debe ser el ejemplo de liturgia para todo el mundo. Sabéis que en todo el mundo, gracias a la televisión y a la radio, tantas personas siguen esta liturgia. Aprenden de nosotros, o no aprenden de nosotros, qué es la liturgia, cómo se debe celebrar la liturgia...”.
Según refiere el destacado vaticanista Sandro Magíster, el aprecio por el gran arte Cristiano, el canto Gregoriano y la polifonía sacra es otro elemento que distingue al nuevo Papa de su predecesor.
Esa distinción no se circunscribe al gusto musical o artístico, sino que tiene que ver más bien por el apego a las grandes tradiciones de la Iglesia. En efecto, es conocida la postura crítica del Papa actual respecto de la reforma litúrgica post conciliar, calificada por él como una trágica ruptura con la tradición litúrgica precedente.
Como ya dijimos en este blog (ver “LAUS DEO” y “SIGUEN LOS RUMORES. CUANDO EL RIO SUENA...”), el Papa está abocado a una “reforma de la reforma” así como a una posible restauración del antiguo rito. Todas las elucubraciones periodísticas al respecto, si bien tienen bases sólidas, se debilitan en la medida que no se sustenten en hechos o decisiones concretas del Papa; y sabemos que este Papa toma todas sus decisiones después de una amplia consulta.
Sin embargo, entre los hechos más destacables que parecen indicar el camino a seguir de aquí en adelante, se encuentra la rehabilitación del Maestro Domenico Bartolucci, designado director perpetuo de la Capilla Sixtina en 1956 por Pío XII. Mons. Bartolucci, prestigioso músico y compositor, uno de los más grandes conocedores de la polifonía sacra y del canto gregoriano, por más de treinta años director del Coro de la Capilla Sixtina, fue desplazado en 1997 con un llamado telefónico mientras estaba de gira con su coro en Japón.
Según el reconocido crítico musical, Giovanni Carlo Ballola, diacono de la Iglesia de Roma, el desplazamiento de Bartolucci significó “el último signo del cambio de ruta querido ´de afuera de roma’ en materia de música litúrgica”.
Fue uno de los pocos casos en que el Card. Ratzinger, por entonces prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, se esforzó por defender a un funcionario vaticano. “Resista, Maestro, resista!” le habría dicho poco tiempo antes de ser “despedido”. Su remoción lejos de ser bien recibida por los hombres de la música generó reacciones contrarias de parte de los más destacados conocedores. Valentín Miserachs Grau del Pontificio Instituto de Música Sacra, Giacomo Baroffio (su anterior presidente), el Director Ricardo Muti e incluso el judío Bruno Cagli (de la Academia Santa Cecilia) manifestaron su desagrado por la decisión. Este último, envió una carta al Secretario de Estado, Card. Angelo Sodano, haciéndole saber “la preocupación de todos que pueda perderse el inconmensurable patrimonio religioso y artístico legado a la tradición de la polifonía romana”. Ninguna queja fue suficiente, a pesar de los esfuerzos, su salida fue inevitable, en vista del cambio de paradigma musical y litúrgico proyectado para Roma.
El reemplazo de Bartolucci vino de la mano de Mons. Piero Marini (maestro de ceremonias pontificias) y recayó sobre Giuseppe Liberto, quien se había mostrado un hábil director de ceremonias en estadios y explanadas con concurrencia masiva en distintos viajes del Papa Wojtyla. A partir de su asunción, podría decirse que prácticamente desapareció la polifonía y el canto gregoriano, siendo reemplazada por música proveniente de los cinco continentes. El concepto de universalidad quedó trastocado por el de internacionalidad. Como era de prever, la música de las celebraciones del Papa terminó pareciendo una torre de Babel, donde la música ya no acompañaba los pasos del rito ni seguía sus tiempos, sino más bien constituía un adorno exterior sin una ligazón comprensible, al modo como se concebían algunas composiciones litúrgicas clásicas, salvando obviamente las distancias estéticas.
Para hacer un acto de justicia que no fuera sólo histórico, el Papa Benedicto XVI invitó a Mons. Doménico Bartolucci a dirigir un coral en la Capilla de la que todavía es director a perpetuidad. En efecto, el sábado 24 de junio pasado, el Maestro Bartolucci ejecutó y dirigió obras de Palestrina y obras propias inspiradas en la gran tradición musical occidental. Entre sus obras, se destacó un “oremus pro pontífice nostro Benedicto” compuesto en 2005 tras la elección del Cardenal Ratzinger a la Sede de Pedro.
En su discurso Mons. Bartolucci dijo, dirigiéndose al Santo Padre: “Todos sabemos el gran amor de Su Santidad por la liturgia, y por lo tanto por la música sagrada. La música es el arte que más benefició a la liturgia de la Iglesia: el espacio para el coro representó su cuna, gracias a la cual la Iglesia ha sido capaz de formar el lenguaje que hoy admiramos. Los más bellos ejemplos que la fe de los siglos pasados nos ha dejado y que debemos mantener vivos son el canto Gregoriano y la polifonía: éstos requieren una práctica constante capaz de dar vida y animación a la adoración divina”.
Por su parte, el Papa, dirigiéndose a todos los presentes, entre los que estaban los monseñores Marini y Liberto, dijo: “Todas las selecciones que acabamos de escuchar –y especialmente en su totalidad, donde los siglos XVI y XX están en paralelo- están de acuerdo en confirmar la convicción de que la sagrada polifonía, en particular aquella que es llamada la ´escuela romana`, constituye una herencia que debe ser preservada con cuidado, mantenida con vida, y hacerse conocer mejor, para beneficio no sólo de los estudiantes y especialistas, sino para toda la comunidad eclesial como un todo (...) una auténtica actualización de la música sacra puede tener lugar sólo en la línea de la gran tradición del pasado, del canto Gregoriano y la polifonía”.
El gesto hacia Mons. Bartolucci fue por demás claro, y el mensaje dirigido a la Iglesia Universal, también.
Beltrán María Fos
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