10.6.06

NO PICNIC


Por estas fechas, y en los meses sucesivos, recordamos la reconquista y defensa de Buenos Aires. Publicamos en dos entregas un interesante artículo que destaca el carácter esencialmente católico de dicha gesta.

Por Juan Bautista Fos Medina

ASPECTO RELIGIOSO DE LA RECONQUISTA Y DEFENSA DE BUENOS AIRES (1806-1807) Año tras año los meses de junio, julio y agosto nos evocan la reconquista y defensa de Buenos Aires de 1806 y 1807 frente a los dos fracasados intentos del imperio británico de conquistar el Río de la Plata. Asimismo son los períodos propicios para recordar el espíritu patriótico y religioso que animó a sus protagonistas y que colmó los corazones de la población hispana y católica de aquella época. Cabe rememorar, pues, algunos episodios que denotan el corte marcadamente católico de dicha gesta. Comencemos por el conocido voto de don Santiago de Liniers a Nuestra Señora del Rosario. Voto de Liniers a Nuestra Señora del Rosario. Dos días después de ocupada Buenos Aires y su fuerte por los ingleses, el 29 de junio de 1.806, don Santiago de Liniers entró a la ciudad provisto de un salvoconducto. Encontrándose en oración en la catedral ante el Santísimo, advirtió que un sacerdote partía de la Iglesia con el Santísimo Sacramento oculto para administrarlo a un enfermo, a fin de que no fuera objeto de irreverencias por parte del enemigo. Conmovido por esa circunstancia humillante hacia Nuestro Señor y su Iglesia, nació en él la idea de reconquistar Buenos Aires. Luego pasó a la Recoleta donde confesó y comulgó. Cuenta el autor anónimo del “Romancero épico” que encontrándose Liniers rezando en el Convento de Santo Domingo frente a la imagen de Nuestra Señora del Santo Rosario hizo voto solemne de recuperar la ciudad de manos de los ingleses y ofrendarle las banderas que tomare del enemigo como trofeos de guerra. Entonces, lo invadió la confianza que con la ayuda divina cumpliría con la empresa que se había propuesto. Pasó, luego, al claustro y en la celda prioral le comunicó al prior su decisión. Liniers reclutó voluntarios en la Banda Oriental y en la noche del 3 de agosto de 1806 efectuaron el cruce del Río de la Plata, sin ser vistos por las cinco cañoneras enemigas afectadas a la vigilancia de la costa Norte. Fueron amparados por una espesa niebla y por un temporal o “sudestada” que alejó a las embarcaciones británicas, permitiéndoles desembarcar cerca de San Fernando y comenzar a moverse lentamente hacia la ciudad. Por aquellos momentos el capitán de navío don Santiago de Liniers realizó una proclama, donde reflejaba su espíritu cristiano e hispánico: “Si llegamos a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra patria, acordaos, soldados, que los vínculos de la nación española son de reñir con intrepidez, como triunfar con humanidad: el enemigo vencido es nuestro hermano, y la religión y la generosidad de todo buen español le hace como tan natural estos principios que tendrán rubor de encarecerlos”. Así también el ilustre capitán ordenó el 8 de agosto al Señor Letamendi que se cantara una misa solemnísima en el altar de la Virgen del Rosario y que no dudase de la victoria. Combate de Perdriel. Paralelamente al frente organizado por Liniers desde la Banda Oriental, surgieron otros en la campaña de Buenos Aires. El punto de reunión era la villa de Luján, adonde llegaron los soldados comandados por don Juan Martín de Pueyrredón, unos bravos al mando de don Martín Rodríguez y el regimiento de Blandengues bajo las órdenes del teniente coronel don Antonio de Olavarría. Por su graduación militar Olavarría tuvo el mando de toda la tropa. Los voluntarios decidieron ampararse bajo el patrocinio de la Santísima Virgen y llevar al campo de batalla el estandarte de la Purísima Concepción que les ofrendó el Cabildo de Luján. Cuentan las crónicas de la época que antes de iniciarse la marcha hacia Buenos Aires se celebró por la mañana una misa solemne en honor a la Purísima, patrona de la villa, colocándose su estandarte y las armas del monarca reinante a los costados del altar mayor, asistiendo la totalidad de la tropa. Dado el júbilo y la exaltación de la gente reunida y las ansias por enfrentar al enemigo, próximos ya a la chacra de Perdriel cercana a San Isidro y advirtiendo Pueyrredón y los oficiales que superaban en número a las tropas inglesas, dejando de lado toda norma de prudencia, decidieron iniciar el combate. Y así, al grito de “Santiago” y “Cierra España” y “Mueran los herejes” nuestras tropas voluntarias enfrentaron al “infiel”, veterano de cien batallas. No obstante, pese al desborde de entusiasmo y al derroche de valentía, el combate fue desfavorable para nuestras fuerzas. Sin embargo el ánimo no desfallecía y con la confianza puesta en los auxilios divinos se esperaba prontamente una victoria de las armas de Su Majestad Católica. En efecto, la lluvia persistente impidió al ejército británico presentar batalla a los patriotas, que avanzaban resueltamente hacia Buenos Aires. Beresford prefirió no entrar en acción dada la distancia que debían recorrer sus huestes desde la capital del Virreinato hasta la vanguardia criolla y debido también al anegamiento de los caminos. Este fenómeno fue destacado en un sermón por Fray Grela, quien afirmó que se trató de una ayuda del cielo para nuestras tropas, que de esa manera pudieron avanzar con paso firme hacia Buenos Aires sin ser detenidos y encabezados por el “héroe Reconquistador”, con el apoyo de hombres, mujeres y niños, a modo de Cruzada. Avance sobre Buenos Aires. Fue significativo el apoyo que brindaron mujeres y niños a las tropas que avanzaban sobre Buenos Aires, consistente en apoyo logístico y en colaboración guerrera. Muchos pechos lucían el santo escapulario, lo que hizo exclamar a Beresford que deseaba avistarse con la gente del escapulario. El ejército custodio de la Fe y de la Patria portaba reciamente el estandarte de la cofradía del Santísimo Sacramento. El líder de la Reconquista no parecía vulnerable a las balas enemigas, lo que llevó al Deán Funes a sostener lo siguiente “¿Deseáis otros convencimientos del favor particular de esta Señora? Acercaos, pues, a su devoto General, y los muertos que caen a su lado como sus vestidos pasados de balazos os harán ver, o que el plomo respetaba su persona, o que sólo se acercaba para dejarnos señales de una vida que el cielo protegía”. Una vez que el enemigo inglés fue vencido, Liniers mencionó los trofeos de guerra obtenidos: “Además les hemos prendido veintiséis cañones y cuatro obuses y las banderas del regimiento 71, las que tenía votadas a Nuestra Señora del Rosario”. Cumpliendo su palabra, el insigne héroe nacional ofrendó, en acto solemne, las banderas inglesas a la Virgen del Rosario o de las Victorias, cuya imagen todavía hoy se encuentra en el Convento de Santo Domingo. Días después de la victoria nuevamente el Padre Grela elogió la piedad y humildad del caballero don Santiago de Liniers: “Humeando aún el fuego, sin enjugarse todavía la sangre derramada en fuerza de su poder, ¿no le hemos visto al pie de nuestros altares, olvidado de los vivas y demás públicas aclamaciones con que todo el pueblo celebra su triunfo, puesto en forma de cruz, dando gracias al Señor por medio de su augusta Madre, y confesando con la más tierna sumisión que Él ha sido el autor de su gloria?”. Luego de la victoria del 12 de agosto de 1.806 se sucedieron varias conmemoraciones cívicas, militares y religiosas, todas ellas de una solemnidad y concurrencia memorables. La consecuencia de la primera invasión inglesa fue la deposición del virrey Sobremonte “por considerarlo preciso para la defensa de la tierra y conservación en ella de la sagrada religión, que quieren extirpar y extinguir los ingleses, enemigos de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana”. Meses después llegaba una real cédula del Escorial nombrando a Liniers virrey interino del Río de la Plata. (CONTINUARÁ)