UN OBISPO FIEL
Fuente: Rorate-Caeli

La pequeña diocesis de San Marino-Montefeltro, que incluye a la República de San Marino y a las áreas italianas de alrededores en la Marche, tiene un obispo que no pudo quedarse en silencio en lo que respecta a la correcta recepción del motu proprio Summorum Pontificum.
15 de Diciembre de 2007
"Nuestro Obispo Luis envió al Santo Padre Benedicto XVI, el telegrama que más abajo reproducimos para que sirva como signo de la gratitud de nuestra Iglesia Particular de San Marino-Montefeltro por la promulgación del Motu Proprio "Summorum Pontificum Cura", reconfirmando, al mismo tiempo, la fidelidad a la Persona y al Magisterio del Papa ".
Motu proprio “Summorum Pontificum”
Telegrama enviado por nuestro Obispo Luis al Santo Padre Benedicto XVI
Muy Santo Padre,
La Diocesis de San Marino-Montefeltro, junto con su Pastor, ha recibido con gratitud y responsibilidad el Motu Proprio "Summorum Pontificum", reconociendo en las directivas propuestas por Su Santidad una mayor posibilidad para la educacion del pueblo Cristiano hacia una fe que se vuelva verdaderamente una parte de la persona y una presencia viva en la sociedad toda.
Nuestra Diocesis no ha podido más que sentirse apenada por el persistente silencio de muchos en el mundo Católico, que parece revelar al menos disconformidad, si no distancia, hacia vuestras directiva, y no puede evitar indicar como fuente de preocupación la toma pública de posiciones que parecen problemáticas en comparación con el Magisterio de Vuestra Santidad.
Vuestra Santidad, nuestra Diocesis es pequeña pero siempre ha sido incondicionalmente fiel a la persona y al Magisterio del Sucesor de Pedro. Confiamos, por lo tanto, que esta nuestra fidelidad, que hemos querido expresar con este gesto, lo conforte en Vuestro Servicio. Nosotros sólo le pedimos vuestra Bendición Apostólica”.
Pennabilli, 15 Diciembre de 2007.
+ Mons. Luigi Negri
Obispo de San Marino-Montefeltro
Etiquetas: Motu Propio
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¿COMULGAR SIN CONFESARSE?
Por: Lic Oscar Méndez C
Dice San Pablo, divinamente inspirado, que quien comulga en pecado mortal 'come y bebe su propia condenación'.
De ahí la necesidad que nuestra alma esté limpia de todo pecado mortal para que pueda Cristo ser recibido por nosotros. De ahí la necesidad -también- de la confesión sacramental para todo aquel que se sepa en pecado grave. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la comunión sin estar perdonados por la confesión sacramental es un pecado gravísimo que se llama sacrilegio. Todo aquél que está en pecado grave, todo aquél que no esté en gracia santificante - misma que se obtiene por la absolución personal en el sacramento de la confesión-, todo aquél que viva en ese estado y no se confiese o se confiese mal (sin verdadero arrepentimiento e intención de evitar el pecado; es decir sin contrición y propósito de enmienda) y comulga sacramentalmente está 'comiendo y bebiendo su propia condenación', según la Palabra de Dios.
Quienes no creen o no obedecen la moral que la Iglesia enseña, quienes no desean seguir las normas morales que Dios exige y el magisterio custodia, no deben -por ninguna excusa- acrcarse a recibir la Sagrada Eucaristía.
Luego, es fundamental estar en gracia santificante para comulgar. ¡Qué importante es que vivamos en gracia y que importante es que comulguemos con frecuencia! Pero que importante es, también, hacerlo con las debidas condiciones y con el amor necesario a Dios, estando conscientes que, precisamente, estamos recibiendo a Dios mismo presente en la hostia consagrada. Recibamos a nuestro Creador y Redentor, recibámoslo como lo que es: Nuestro Dios y Salvador, nuestro Rey y Señor.
Qué tristeza es ver que muchos viven conforme al mundo y de manera contraria a la Ley de Dios, y sin cambiar de actitudes ni confesarse van a recibir a Dios vivo presente en la hostia sin el menor discernimiento de lo que hacen, sólo por el que dirán los demás y sin pensar en lo que Dios sí dice de esto. Es el lamentable 'modernismo' que los ha impregnado, es la inconsciencia de lo que es recibir a Dios, es el permanecer en sus errores y en su vida de pecado, creyendo en un falso dios bonachón hecho a su gusto, medida y conveniencia.
Y que tristeza es ver, también, que muchos sacerdotes 'modernistas' no enseñan ya esta doctrina católica y con su silencio son cómplices del sacrilegio. Hay en ello mucha culpabilidad y Dios les pedirá cuentas. Algunos fieles tendrán el atenuante de su ignorancia (cuando ésta no sea culpable), mismo que no se presenta en los sacerdotes que, como tales, están bien instruídos y callan por contemporizar con el mundo o por una fe débil o por poco celo pastoral y exiguo amor a las ovejas que les han sido encomendadas.
Urge, hoy, que los pastores vuelvan a hablar y enseñar esta doctrina tan olvidada por muchos o desconocida -incluso- de las nuevas generaciones. Si es tan común que nadie la cumpla, ¿les costaría mucho esfuerzo que nos la recordaran -aunque sea brevemente- durante cada celebración litúrgica?
Resulta contrastante ver tantos comulgantes y vacíos los confesionarios. ¿En verdad todos ellos estarán en gracia y no requerirán confesarse? Sin intentar penetrar en la conciencia de alguien en particular, las matemáticas parece que no cuadran y nos indican la tremenda realidad y el significado de este hecho. ¿O será realmente que alguien pueda vivir años y años sin el menor pecado mortal? Ciertamente puede ser el caso de algunas almas buenas. ¿Cuántas serán? Sólo Dios lo sabe. Si así fuera la situación de algunos, deben recordar, también, que existe el mandamiento de la confesión anual. ¿Pero, realmente, la mayoría que lleva meses y meses o años y años sin confesarse, tiene limpia la conciencia de cualquier pecado grave como para saberse en gracia santificante y poder recibir a Cristo vivo y realmente presente en la Eucaristía? ¿Y no contribuirán a este mal -de la comunión sin confesión- aquellos sacerdotes que ya no están disponibles habitualmente en el confesionario?
Por parte de muchos sacerdotes: Omisión de enseñar esta doctrina y poco o nulo tiempo en el confesionario.
Por parte de muchísimos fieles: Poca instrucción que genera -en muchos casos- una ignorancia culpable. En otros, un descuido irredento por los asuntos de Dios y un vivir de acuerdo a las máximas del mundo, adecuando la moral y las enseñanzas de Dios y de la Iglesia a sus propios caprichos y criterios personales. Todo ello, lleva a la sacrílega comunión en pecado grave y sin confesión sacramental que los hace comer y beber su propia condenación.
En ambos casos, una multitud que comulga y los confesionarios....¡vacíos!.
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