1.8.06

¿PASOS HACIA LA UNIDAD O PASOS PERDIDOS?

La Nación del 31-7-06 publica un artículo de opinión de Jorge Rouillon, en una de sus dos secciones informa acerca de la realización de una jornada “ecuménica” de análisis de la encíclica Deus Caritas est del Papa Benedicto XVI.

Nuestro amigo y ya habitual columnista ALR (ver aquí su artículo sobre la pena de muerte) envió un mensaje a los organizadores del evento, y como lo consideramos una respuesta esclarecedora, lo damos a conocer, sin publicar el nombre de su interlocutor por carecer de su autorización.

Estimado Sr. XX:
Respondo, ahora sí, el correo que me enviara algunos días atrás. Ante todo debo decirle que no dudo de la recta intención de quienes organizan y fomentan el encuentro en el CUDES que suscitó este intercambio.No pienso -ni lo afirmé jamás- que estén "rematando" las verdades de la Fe para tomar café con quienes se han separado de la Iglesia Católica. Tampoco abogo porque se pongan impedimentos para que ellos conozcan la única Fe verdadera, ni pretendo que sean "discriminados". Más bien diría que -independientemente de las buenas intenciones que puedan tener quienes organizaron este encuentro- presumo que esta reunión no tendrá ningún fruto positivo, y baso esa presunción en los magros frutos obtenidos por la oleada de "diálogo interreligioso" -como le llaman- que con se tanto se machaca desde hace algunas décadas. Frutos magros en conversiones a la Fe de "hermanos separados", pero copiosos en escándalos para los fieles católicos, que son arrastrados a un craso indeferentismo, siempre condenado por el Magisterio de la Iglesia.Pero claro, existe la posibilidad de que mi presunción sea apresurada, y que -en realidad- en el CUDES vaya a tener lugar un acontecimiento de recto y verdadero ecumenismo, como la Iglesia siempre lo ha entendido (a pesar de que algunos lo hayan descubierto ahora).¿A qué me refiero por "verdadero ecumenismo"? Pues lea, si puede (yo no se la envío porque no la tengo, pero sí tengo a la vista una referencia que de ella hace Romano Amerio en "Iota Unum") la "Instructio de motione oecumenica" promulgada por el Santo Oficio en 20/12/1949, que retoma la Encíclica "Mortalium Animos". Allí Pío XII resume la doctrina tradicional en materia de ecumenismo, resumida en cuatro puntos: (1) la Iglesia Católica posee la "plenitud de Cristo", es decir que no tiene que perfeccionarla por obra de otras confesiones; (2) no se debe perseguir una unión por acomodación del dogma católico a otro dogma; (3) la "única verdadera unidad" de las Iglesias puede hacer por el retorno (per reditum) de los hermanos separados a la verdadera Iglesia de Dios; (4) los separados no pierden nada substancial al retornar a la Iglesia católica, sino que lo reencuentran en una dimensión completa y perfecta.En realidad, los puntos anteriores no obedecen a un capricho "preconciliar", sino que son consecuencia directa y lógica del dogma de Fe que dice que "fuera de la Iglesia no hay salvación", recordado -por otro lado- en el propio CVII (Lumen Gentium n. 14). Dejando a salvo la doctrina de "bautismo de deseo" que podría franquearles la salvación a los separados "de buena fe", lo cierto es que -incluso éstos últimos- se ven "privados de muchos dones y auxilios celestiales que sólo es dado gozar en la Iglesia católica" razón por la cual Pío XII enseñaba -en línea con todo el Magisterio previo y con la Tradición- que esos tales separados deben ser invitados a "secundar los impulsos internos de la gracia y a sustraerse de su estado, en el que no pueden tener seguridad de su propia salvación: vuelvan pues a la unidad católica" (Denz. 2290/3281).Luego del Vaticano II, Pablo VI confirmaba que la conversión debe ser la meta de toda genuina actividad ecuménica; así lo hizo en su discurso del 27/06/1968, diciendo: "No es suficiente con acercarnos a los otros, admitirlos a nuestra conversación, confirmarles la confianza que depositamos en ellos, buscar su bien. Es necesario además emplearse para que se conviertan. Es preciso predicar para que vuelvan. Es preciso recuperarles para el orden divino, que es único. Insisto: no puede ser de otro modo, porque -como afirma Santo Tomás de Aquino- "Es la conversión, fin último de acción de la Iglesia, quien da la razón de fin a todos los fines subordinados, y sin eso ninguna acción particular tendría al ser (Summa Theol. I, II, q.I, a.4)". Lea con cuidado lo anterior. La conversión de los separados -como la de los infieles, los judíos y los ateos- no es una actividad secundaria, o simplemente una meta "muy importante" de la Iglesia; no; es su "fin último", su "causa final", es decir, aquello para lo que existe y que justifica cuanto hace y predica, y para lo que debe encaminar todas sus actividades y oraciones. O dicho en otros términos, para la conversión y la salvación de las almas todo, y para cuanto se desvíe de esa meta última, nada. Por favor, si no está de acuerdo en las conclusiones obtenidas hasta aquí, sinceramente no vale la pena que siga leyendo este mail. Si piensa que la Iglesia ya no debe convertir a las personas, que no debe salvar almas, que todos -católicos y no católicos- tienen los mismos medios de salvación eterna, no siga leyendo. Eso sí, lea de nuevo los Evangelios, y encontrará severas admoniciones de Cristo advirtiendo que sólo quien se bautice y crea en su Palabra se salvará, y que quien no crea se condenará (Mc 16,16). También encontrará que todos los santos de la Iglesia se han consumido por la salvación de las almas, y podrá llenar una biblioteca de documentos pontificios enseñando lo mismo. Y es que, estimado Sr. XX, la Iglesia siempre tuvo presente que en el Evangelio se dice que "sin la fe es imposible agradar a Dios" (Heb. II, 6). Le sugiero encarecidamente que medite sobre esto, si es que no está de acuerdo con las conclusiones anteriores. Prosigo, por si Usted decide seguir leyendo. Y le digo, con toda sinceridad, a la luz de esas rotundas líneas directrices, ¿quién que no fuera un pésimo y ruin católico podría oponerse a concertar reuniones con nuestros hermanos separados? Sí, reunámonos. ¡Es un deber hacerlo! Pero no para departir con ellos como si la Iglesia católica estuviera en paridad de situación el resto de las falsas religiones (no se escandalice por esto de "falsas", que así siempre les llamaron los Papas y los santos). Reunirse, en cambio, para predicarles la Verdad, para buscar su conversión (aunque ésta siempre sea -en última instancia- una gracia de Dios), porque les va en ello la salvación, y no para "ver cuánto nos une" prescindiendo de "lo que nos separa", como si se buscara dialécticamente una suerte de instancia superadora, porque es precisamente "lo que nos separa" lo que puede llevar a esas pobres gentes a su ruina eterna. No sé si soy claro, o si lo que le digo le parece extraño, pero no hago otra cosa que poner las cosas en la única perspectiva valedera, que es la sobrenatural. En su correo, Usted menciona varias veces la palabra "diálogo". Me dice que son abundantes los pasajes de la Escritura que revelarían el valor del "diálogo", y señala que abundan los documentos del Magisterio en los que se invita al "diálogo interreligioso". Me indica también que -en su opinión- saqué de contexto la encíclica "Mortalium Animos" de Pío XI. Sobre este tema, Amerio -en la obra que cité antes- señala que la palabra "diálogo" resulta completamente extraña al Magisterio de la Iglesia previo al CVII. No aparece mencionada ni siquiera una sola vez en ninguno de los miles de documentos pontificios, ni en ninguna encíclica u homilía. En cambio, en el CVII aparece introducida como una absoluta novedad, y se la menciona en 28 oportunidades. No quiero sugerir que el CVII haya supuesto un rompimiento con el magisterio tradicional sobre este punto; en todo caso, se advierte sólo una novedad terminológica, que quizás algunos -muchos, lamentablemente- han pretendido interpretar en contra de la Tradición, como si el decreto "Unitatis Redintegratio" del CVII hubiera "derogado" la encíclicas "Mortalium Animos" o "Mystici Corporis". Benedicto XVI se ocupó, en su discurso a la curia del 22/12 pasado, de condenar esa "hermenéutica de ruptura" del CVII, por lo demás ridícula, porque el Magisterio no puede contradecirse en materia que toque al dogma (y es un dogma que "fuera de la Iglesia no hay salvación"). Pero avanzo. Amerio también muestra que en las Escrituras el vocablo dialogus no se encuentra nunca, y el equivalente latino colloquium se utiliza sólo en sentido de reunión de jefes y de conversación, y jamás en el sentido moderno de encuentro entre personas. La evangelización es un anuncio y no una discusión. El mandato apostólico se refiere a la doctrina; el vocablo mismo utilizado es "mensajero", que supone la idea de algo que se otorga para ser comunicado, y no para lanzarlo a la disputa. Ciertamente en los hechos de los apóstoles Pedro y Pablo disputan en las sinagogas, pero no se trata del diálogo en sentido moderno (diálogo de búsqueda cuyo origen es un estado de ignorancia confesada), sino del diálogo de refutación e impugnación del error. Más aún, en las Escrituras se ve claramente que la posibilidad de diálogo desaparece cuando el disputante -por obstinación o incapacidad- ya no es susceptible de ser convencido; así, puede verse por ejemplo que San Pablo rechaza el diálogo en Hech. 19, 8-9. En Mt. 7,29 se contrapone el modo tético de hablar de Cristo (que hablaba "con autoridad") al modo dialéctico (o dialógico) de los Escribas y Fariseos. El fondo de la cuestión consiste en que la palabra de la Iglesia no es palabra humana siempre controvertible, sino palabra revelada destinada a la aceptación, y no a la controversia. En todo cuanto digo no debe verse ningún prurito de vanidad, pues no se trata de la superioridad en el diálogo del creyente sobre el no creyente, sino de la superioridad de la Verdad por encima de todas las personas dialogantes. Los pasajes a que Usted alude, intentando demostrar una supuesta actividad de diálogo de Cristo, en realidad conforman precisamente lo contrario de lo que hoy se entiende por diálogo. Porque si Cristo obraba milagros, lo hacía precisamente para demostrar con evidencias su poder mesiánico, con el fin último de convertir, y no de "intercambiar ideas" (jamás hizo tal cosa). En este sentido, siempre me causaron impresión algunas reflexiones del eminente filósofo español Rafael Gambra sobre este tema (en su obra "El silencio de Dios"). Él dice -con toda razón- que Cristo no habló nunca de diálogo, sino más bien de testimonio. No envió a sus discípulos a dialogar con todos los pueblos sino a dar testimonio de la verdad y a instruir a todas las naciones (Mt. 28,19). Guardó silencio ante el diálogo hipócrita con los Príncipes de los Sacerdotes y con Pilato, y habló a menudo del "testimonio que os dí". Y quien esto niegue niega el Evangelio. Más aún, quienes abogan entusiastamente -olvidando o ignorando el Evangelio, la Tradición y el magisterio- por el "diálogo interreligioso" pasan por alto el silencio de Cristo cuando rehúsa responder desde la Cruz a quienes le dicen que se salve a sí mismo; y parecen ignorar que, durante su vida, Cristo niega el diálogo a quienes le hablan con intención de tentarle, y que rechaza al Diablo cuando le ofrece la fácil posesión de toda la Tierra. Los santos también nos dan recto ejemplo en este punto. San Francisco de Asís -paradigma del santo de la caridad- puso en peligro su vida durante la Quinta Cruzada para llegar, en Egipto, hasta el Sultán Melek el Kamel, con la intención de convertirlo a la Fe. Expuso ante él sin ningún prurito la Verdadera Religión, e incluso ofreció meterse en un horno ardiente junto con religiosos musulmanes, asegurando que él saldría intacto, y demostraría así que el Dios Uno y Trino es el Verdadero, y no el falso dios que adoran los musulmanes. ¡Qué diferencia entre esta corajuda demostración de Fe, y los medrosos intercambios “dialogantes” de hoy, en los que se acalla todo lo que “nos separa”! Llegado a este punto, debo redondear para evitar extenderme. No creo haber sacado de contexto, como Usted dice, la encíclica de Mortalium Animos. Le invito a que la lea y medite entera, con detenimiento. Allí no dice el Papa simplemente que no pueda ponerse en duda el magisterio so color de participar en esas actividades. Dice bastante más que eso: advierte que es una "falsa opinión" la que sostiene que todas las religiones son buenas y laudables (n.3); recuerda que sólo la religión católica es verdadera, porque es la revelada por Dios, siendo todas las demás -obviamente- falsas (n.7,8); desnuda las falacias que tejen quienes favorecen los encuentros para la unión (sin conversión) de las iglesias, diciendo que "los autores de este proyecto no dejan de repetir infinitas veces -e interpretándolas torcidamente- las palabras de Cristo: "Sean todos una misma cosa" (n.9), demostrando que tales palabras eran por Él dirigidas a quienes formaban ya parte de su rebaño, pues es "necedad decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados", pues "quien no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo" (n. 16); afirma que sin Fe no hay caridad verdadera, diciendo "nadie ignora que San Juan el Apóstol mismo de la caridad (...) que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos los unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis (II Jn, 10); ratificó que la única unidad aceptable es la que surge "de un solo magisterio, una sola ley de creer y una sola fe de los cristianos", agregando que no es lícito -como hoy pretenden muchos- dividir las verdades de fe en "fundamentales" y "secundarias", pues todas las verdades de fe tienen a Dios como causa (n.15); afirmó también que -en esta y en todas las cuestiones- el ejercicio del magisterio pontificio no introduce ni puede introducir jamás ninguna novedad al acervo del depósito de la revelación (n. 15); dijo, en fin, que "la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual desdichadamente se alejaron" (n. 16). Me parece, entonces, y con todo respeto, que es Usted quien -por reducir inadmisiblemente su prístino contenido- no ha leído bien "Mortalium Animos". Si lo hubiera hecho no hubiera afirmado, por ejemplo, que todos (católicos y no católicos) "estaremos trabajando en el mismo campo", pues si por "campo" se entiende a la Iglesia, o al Paraíso, la Fe y el magisterio nos enseñan que fuera de la Iglesia no hay salvación, y que sólo los católicos forman parte del Cuerpo de Cristo. ¿Cómo podríamos entonces estar en el mismo "campo"? Usted reitera el error desnudado por Pío XI en "Mortalium Animos" -probando que, a pesar de afirmar que yo he sacado de contexto la encíclica, Usted no la leyó- pues el Papa claramente indicó que cuando Cristo pidió al Padre que "todos sean uno", no se refería sino a quienes forman parte de su rebaño, es decir, de la Iglesia. Los "separados" no pueden ser uno con ese rebaño, a menos que dejen de estar separados, convirtiéndose. Por eso creo que sólo en un sentido muy amplio puede afirmarse -como lo hace Usted- que la Iglesia "también es su casa" (de los hermanos separados), pues lo será -en todo caso y Dios así lo quiera- cuando retornen a ella, y no antes. El padre del hijo pródigo tiene las puertas abiertas de su casa para su infeliz hijo descarriado, pero sólo sale a su encuentro y lo recibe luego de que éste decide -harto de su fatuidad y miseria- emprender el camino de retorno. Por favor, entiéndame bien, si le hago notar lo que creo son errores de su parte, lo hago con recta intención y no para contristarlo. Para ir terminando esta ya bastante larga respuesta, debo decirle que -como advertirá- lejos está de mí el pensar que no deben haber encuentros animados por un recto ecumenismo, entendiendo por tal el que se enmarque en el contexto que antes intenté describir, y que se resume en que debe procurarse la conversión de nuestros "hermanos separados". No digo que, en el CUDES, los oradores católicos amonesten con acritud a esos hermanos separados, conminándolos a la voz de "Convertíos o pereced en el infierno". Claramente no. Pero ALGUIEN, UNO siquiera de esos oradores, debería -para que el encuentro se justifique como tal desde un punto de vista sobrenatural, y pueda ser agradable a Dios- recordarles que sólo hay una Iglesia de Cristo, y que es la Iglesia Católica, y que fuera de ella no hay salvación, y que deben convertirse a Ella para encontrar a Cristo en plenitud, y que en ello les va su destino eterno. Dígase todo ello con exquisita delicadeza y suma caridad, pero con conciencia de que no hay caridad sin Verdad. Si lo que se planea es que, durante el encuentro del CUDES, eso suceda, es decir, que al menos UN orador practique el único ecumenismo aceptable, entonces la iniciativa es magnífica, y nunca podrá ser suficientemente encomiada, ni serán suficientes las oraciones y sacrificios que se hagan por su buen resultado. Es más, tales iniciativas deberían multiplicarse, y habría que lamentarse porque no hayan comenzado antes a promoverlas. Pero si NI SIQUIERA UN ORADOR CATÓLICO piensa tomar el toro por las astas, diciendo lo que debe decir, entonces el encuentro no serviría para nada. Sería, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo. Y en el peor de los casos sería un escándalo, que no agradará a Dios. Personalmente presumo que este encuentro no verá ningún orador que diga lo que hay que decir. Y baso esa presunción en que, desgraciadamente, todo lo que he visto -y puede compulsarse en registros- en materia de "diálogo interreligioso" ha dejado de lado, siempre, la prédica de la Verdad, que quedó sacrificada al rejunte promiscuo y frívolo, en paridad de situaciones, de miembros de la Iglesia (laicos y jerarquía) con representantes de falsas religiones, para escándalo y confusión de multitud de fieles. ¿De qué ha servido, por ejemplo, el diálogo con nuestros hermanos separados anglicanos? Sólo han cometido actos contrarios a la fe, como la aprobación del aborto, del sacerdocio femenino, o la ordenación de homosexuales. El movimiento ecuménico no ha dado frutos, sino que ha sembrado confusión en gran cantidad de fieles. Sólo un ciego lo negaría. Dios sabrá qué relación tiene esta verdadera manía dialoguista, que no conduce a la conversión de los separados, con la abismal declinación de la Iglesia durante los últimos cuarenta años. No quiero extenderme más sobre esto, y asumo que comprende a qué me refiero. La imagen reciente del Cardenal Primado de Argentina arrodillándose -durante un encuentro de "diálogo interreligioso" ante un grupo de "pastores" protestantes para "recibir una bendición" habla por sí sola. Quizás mi presunción sobre lo que vaya a suceder en el CUDES sea injusta. Se lo concedo. Pero seguramente comprenderá que, a la vista de tamaños escándalos que nos ha regalado la vergonzosa jerarquía que debemos sufrir, tengo al menos precedentes sobre los cuales sustentar esa presunción. Dios quiera que mi presunción sea errada, y que este encuentro sea realmente un ejemplo excepcional y casi inaudito de recto ecumenismo. Le aseguro mis oraciones para que así sea, pero serán sus organizadores del CUDES quienes tendrán la responsabilidad sobre el asunto.Por último, le copio más abajo algunos fragmentos de una obra de San Josemaría Escrivá, en los que se refiere al recto ecumenismo, a la necesidad de la Fe y de la pertenencia a la Iglesia Católica para la salvación eterna, y a la unidad de la Iglesia. Deseándole todo bien, lo saludo muy cordialmente. Cordiales saludos en Cristo y María. ALR

3 Comments:

Blogger ThePublican said...

Espectacular! Mejor sintesis del problema del ecumenismo moderno no he leido desde hace mucho. Y ahora el CUDES tambien? Que tiempos vivmos...

Maria Mater Sapientiae, ora pro nobis!

1:42 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

Extraordinario ALR. le agradecería que me lo hiciede llegar, pues, no se puede copiar.
¡Sólo nos queda orar!
Maria Mater Sapientiae, ora pro nobis!

7:36 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Magnífico

3:43 p.m.  

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